DOCTOR IGNACIO LONDOÑO PALACIO

Hijo de Fermín Londoño Palacio y Carmen Palacio Isaza, primos hermanos, quienes se casaron en Abejorral en 1845 y emigraron a Manizales junto con la gran corriente migratoria de los antioqueños hacia Caldas.
Debemos comprender el entorno de la ciudad de donde parte este viaje hacia el sur de Antioquia, recordando a la ciudad de Abejorral que fue llamada "La Tierra de los Cien Señores" o "La Popayán Antioqueña". A estos territorios donde reinaban los caciques Maitamac y Pipintá, llegó el mariscal Jorge Robledo hacia 1541, pasando más adelante a formar parte de la jurisdicción de Santiago de Arma en 1544 y de la jurisdicción de Rionegro en 1577.

El corregidor Sancho Londoño en 1762 solicitó autorización a la corona para explorar una mina en las “montañas de la Miel”, cerca de las de sus propiedades en la Ceja y La Unión. Un año después su yerno Felipe Villegas denunció como baldíos los terrenos colindantes con las de Londoño que “comprendían desde los linderos de los indios de Pereira y Sabaleta hasta los nacimientos del río Arma.

En 1763 le fueron otorgadas las tierras actuales de Abejorral, Sonsón, Argelia y Nariño, en Concesión, al español Don Felipe de Villegas y Córdoba, quien emprendió trabajos de minería en las tierras de Abejorral y ordenó la apertura de caminos, en especial el que uniera a Sonsón con Honda. Años más tarde trabajó en asocio con su hijo Don Manuel José ampliando los trabajos en la quebrada las Yeguas y en el río Buey. De esta manera comenzó el poblamiento inicial de estas tierras, por mineros y mazamorreros, que al mismo tiempo sembraban su sustento. Hacia el año de 1786 el capitán Juan Vélez de Rivera solicitó parte de las tierras comprendidas entre el río Arma y el Buey (casi toda la Concesión Villegas), tierras que fueron donadas posteriormente a su yerno don Esteban Arango, lo que ocasiono cuantioso pleito con don Felipe, a quien finalmente le son reconocidas nuevamente sus titulaciones “realengas” sobre la Concesión y se le restableció el derecho de posesión.[1]

En 1793 ya existía una capilla en Yeguas, dependiente de la parroquia de Arma, atendida por el Padre Ignacio de la Cuesta y Jiménez. Alrededor de este templo surgió un caserío. En 1800 a la muerte de Don Felipe, los terrenos de Abejorral correspondieron a su hijo, el Maestro Don José Antonio Villegas, quien tomó posesión de ellos y traslado la capilla dedicada a Nuestra Señora del Carmen al lugar en donde hoy esta la ciudad, lugar en el cual levanto su casa, la de sus hijos y sus esclavos. El Sitio de Nuestra Señora del Carmen de Abejorral en 1806 contaba con una población de 1506 habitantes, pertenecía a la jurisdicción de Rionegro y eclesiásticamente dependía de Santiago de Arma. Don José Antonio Villegas pide la erección de la Parroquia, lo cual se logra el 16 de febrero de 1808. En 1810 fue llamada Nuestra Señora de Santa Catalina del Abejorral, año en el cual fue nombrado Alcalde el Maestro Don José Antonio Villegas.[2]

Se demuestra oficialmente la fundación de Nuestra Señora del Carmen de Abejorral, el 15 de enero de 1811, fecha en la que el fundador Don José Antonio Villegas otorgó escritura pública de planeamiento y donación de doscientos solares para los pobladores y lotes para la edificación de la iglesia y edificios públicos.[3]

Los apellidos más frecuentes en Abejorral fueron: Arango, Bernal, Betancourt, Botero, Castaño, Florez, Gallego, González, Gutiérrez, Henao, Isaza, Jaramillo, Jiménez, Londoño, Naranjo y Villegas.[4]
Muchos de los habitantes de Abejorral y otras ciudades antioqueñas, iniciaron un movimiento colonizador hacia Sur de Antioquia, es decir hacia Caldas, Risaralda, Quindío, Norte del Tolima, Norte del Valle del Cauca y Chocó debido a que con el advenimiento de la República el territorio no ocupado o "baldío" fue repartido en pago de servicios a la Independencia, lo mismo que como galardón a los jefes legitimistas de la guerra del 40. Quedó así la tierra sin aprovechamiento en manos de pocos dueños, sustraída al desmonte y la siembra en vastos latifundios que, a su hora, fueron nueva valla a la expansión y al progreso de la faena agraria.
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Se entabló entonces la lucha entre colonos y terratenientes. Fundan aquellos el derecho de propiedad sobre el trabajo y éstos lo basan en un título. La presión de masas obliga a los propietarios a ceder terrenos para caseríos, células iniciales de dominio que eran a modo de bloques cooperativos de producción, consumo y defensa. Las nuevas fundaciones valorizan a su vez los predios circunvecinos, pero estancan su progreso la carencia de vías, pues sus trochas eran despeñaderos de cabras, la dificultad de aprovechamiento de las aguas en las cuchillas donde se emplazaban por razones de estrategia defensiva de los bichos y por los saqueos en las contiendas civiles. Durante ellas Filadelfia, en su desventajosa situación militar, fue saqueada diez veces.[6]

Con la parcelación de la propiedad vino el auge de la agricultura y de la minería; la holgura económica incrementó el intercambio de géneros con Mompós, Mariquita, Honda, Popayán y Quito; aumentó la población (cada pareja tenía en promedio 8 hijos) y se produjo la ocupación de nuevos territorios, la fundación de pueblos y el expansionismo creciente: se inició el éxodo hacia el sur y las selvas del territorio de Caldas empezaron a caer al golpe del hacha conquistadora.[7]

En la época de la Independencia (1819) y la Gran Colombia (1820-1830) los principales polos urbanos de Rionegro y Salamina contaban con grandes latifundios (de miles de hectáreas) y se dio el fenómeno de lo que se llamo "los cultivadores sin parcela" quienes emigraron hacia el sur, colonizando a su paso. De esta manera, comenzó el nuevo espíritu colonizador de aquel entonces, el cual tuvo multitud de causas:
Una primera de intención política: la necesidad de enlazar de alguna manera a Santa Fe de Antioquia con Popayán, que fueron por algún tiempo los extremos de una sola provincia del Cauca.

Otras de orden social: la falta de tierras de los campesinos del oriente antioqueño (Rionegro, Marinilla y principalmente Sonsón, que padeció una aguda pobreza desde los primeros años de la República); el agotamiento de las minas de oro y su sustituto, la fiebre de la guaquería, suscitada por la extensa difusión que se dio al hallazgo de tesoros legendarios, como los de Maraveles, Pipintá y Calarcá, la fiebre del caucherismo, y por otros no divulgados, pero presentidos; la necesidad de escapar a los reclutamientos de las guerras finiseculares; la expulsión consentida de los varones adultos por familias demasiado prolíficas, incapaces de dar sustento a tantos hijos; y, en fin, el descubrimiento del café como un producto ideal para la colonización de vertiente, para afirmar y dar trabajo al tipo de familia paisa tradicional, y para mantener abierto un mercado externo y unas relaciones comerciales que se habían conquistado con la exportación del oro, a punto de perderse por la reducción drástica en la producción minera..
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[1] www. Geocities.com/raicespaisas/Abejorral.htm
[2] www.geocities.com/raicespaisas/Abejorral.htm
[3]www.geocities.com/raicespaisas/Abejorral.htm
[4] www.geocities.com/raicespaisas/Abejorral.htm
[5] www. Geocities,com/raicespaisas/colonizacionantioqueña
[6] www.geocities.com/raicespaisas/Abejorral.htm
[7] www. Geocities.com/raicespaisas/colonizacionantioqueña
[8] www.geocities.com/raicespaisas/colonizacionantioqueña.htm

Escrito por MARIA LUISA RAMÍREZ LONDOÑO


(Imagen realizada por Camila Andrea González Galindo)