HOMILOGÍA DE LOS 100 AÑOS DE LA HACIENDA "LA ESPAÑOLA"

Domingo 18 de julio de 1993

En la Liturgia, domingo 16º del tiempo ordinario
Textos Bíblicos:
Primera Lectura: Libro de 1a Sabiduría 12, 13. 16 -19
Salmo Responsarial 85, con e1 verso: “Tu, Señor, eres bueno y clemente”.
Segunda Lectura: Carta de San Pablo a los Romanos 8, 26-27
Evangelio: San Mateo 13, 24-43.

Queridos hermanos descendientes todos de Ignacio Londoño y Virginia Mejía.
Queridos parientes y amigos que hay nos acompañan:
Cualquier día de 1893 un abogado Manizaleño de 39 años (había nacido el 28 de marzo de 1854) llegaba a Popayán a obtener por las vías del derecho que siempre honró y cultivó, la adjudicación legal de un trozo de terreno situado en tierras que pertenecían al Estado del Cauca y que él había abierto a golpes de corazón y de hacha - como tantos de su generación - en busca de un futuro mejor para él y sus hijos.
Hoy sus descendientes, con todo el grupo familiar que -a la manera de afluentes ha ido llegando a acrecentar el arroyo inicial - queremos reunirnos en fiesta de unidad para agradecer a Dios el don de esta tierra desde hace un siglo en manos de la familia, para conocernos mejor entre nosotros y para pensar un poco en nuestro futuro.
Se me ocurre que son tres los motivos que justifican hoy nuestro encuentro: La tierra, la sangre y el amor. Busquemos abordarlos para que este momento privilegiado se convierta en inolvidable por el significado que logremos descubrir en él.

1. Todo comienza con la Tierra; según el relata bíblico de ella fue formado el cuerpo del primer hombre (gen.2, 7) y a ella volveremos mediante la muerte. Ella es un espacio fecundo ligado al sustento de la vida; de su entraña salen los minerales; de su superficie brotan las plantas y del agua y los vegetales que ella produce nos alimentamos todos. De ahí que la imagen de la semilla que revienta de la tierra - la de trigo y la de cizaña de que nos habla el evangelio de hoy (mt. 13, 24 -30) - es vehículo a través del cual Jesús nos recuerda las verdades mas profundas sobre el reino de Dios. La tierra es siempre fecunda para el o para el mal.
A la posesión de la tierra de ligó Dios las promesas del pueblo escogido y toda la historia bíblica esta llena de luchas por conservar y acrecentar la tierra. Del mismo modo que une, la tierra también se convierte a menudo en fuente de lucha y división.
A estas tierras entonces selváticas del Quindío, dentro de la epopeya Colonizadora del centro-occidente de Colombia por parte de los Antioqueños en el siglo XIX, llegó un Manizaleño empujoso can visión de futuro, trabajando en asocio de su hermano Pedro José con quién también había abierto tierras en las laderas del Páramo del Ruiz.
A este trozo de tierra, enmarcado por los ríos El Roble y La Vieja, cuando todavía no existían ni Montenegro ni Quimbaya y Armenia eran apenas un Caserío minúsculo, ha estado ligada la suerte de gran parte de nuestra familia y ha constituido para muchos de ellos toda una escuela de vida. El fomento de nuevos cultivos, la apertura de carreteras y de escuelas, el fomento de la agroindustria con el procesamiento durante tantos años de la caña de azúcar en "La Ramada", son algunos de los aspectos vinculados a la tierra que abrió Ignacio Londoño, "Otro papá" en el vocabulario familiar de sus nietos, hace mas de un siglo.
Todos, pues, los que llevamos la sangre de Londoño - Mejía por Ignacio y su esposa Virginia, somos "Espiritualmente Quindianos" y, al agradecer a Dios el don de esta tierra, le pedimos también perdón por los momentos en que no la hemos puesto al servicio del hombre, el de nuestra familia y el de fuera de ella.

2. Inseparable de la Tierra, en nuestra historia personal y en la historia bíblica está la sangre sin la cual no hay vida. Partidos ya de esta tierra los seis hijos (Alberto murió pequeño aquí mismo y sus cenizas reposan en el cementerio de Filandia) quedamos vivos l2 nietos de Ignacio y Virginia, un matrimonio excepcional. Graduado en el Colegio de El Rosario el 27 de diciembre de 1881 como abogado (flor escasa seguramente en los momentos en que Manizales apenas empezaba a configurarse) y maestra ella de la Escuela Normal de Medellín, revitalizada por la reforma de Pedro Justo Berrío, debían constituir en la aldea de ese momento una pareja de selección, en una época de cambios sociales y guerras civiles dolorosas. El amor los unió (con dispensa del impedimento de cuarto grado igual de consanguinidad, según el derecho Canónico de la época) en la parroquia de Manizales, el l6 de febrero de 1885. Allí había llegado Virginia con nombramiento del 20 de junio de 1882 como "Directora en propiedad de la Escuela Superior de Señoritas del Distrito de Manizales", cargo al cual renunció en 1884, poco tiempo antes de su matrimonio.
Conservamos un puñado de cartas de Ignacio a Virginia, como novio y como joven papá, llenas de ternura y de firmeza, que reflejan­ una vigorosa personalidad heredada por sus descendientes.
A ese misterio de la sangre que se hace matrimonio y familia y que se prolonga, mezclándose con otras, rendimos hoy tributo de veneraci6n y gratitud. No hablamos de Títulos inmobiliarios, que gracias a Dios no existen entre nosotros. ni se hubiera compadecido con el sentido democrático de Ignacio y Virginia; pero si hablamos de la sangre como elemento transmisor de valores, como mezcla de razas (quién de nosotros negaría tener algo) también de aborigen Quimbaya?), como limpieza de vida y al mismo tiempo como fuente de unidad.
Si nos enorgullecemos con justa razón del Londoño - Mejía que circula por nuestras venas, tenemos al mismo tiempo que pensar en las obligaciones y deberes que manan de la sangre común. Ante todo, para respetar la vida, cualquier forma de vida humana en cualquier etapa que se encuentre, alejando de nosotros toda forma de violencia verbal y del corazón que distancie a los miembros que llevamos la misma sangre.
Pero al mismo tiempo para descubrir que toda esa sangre nos viene de Dios; que, como nos lo recuerda la segunda lectura de hoy, “No hay más que un Dios que cuida de todo; que su poder es el principio de la justicia y que su poder soberano lo lleva a perdonar a todos” (Sabid.12, 13.15). Llevar, pues, la misma sangre es reconocerse miembros de la gran familia de los hijos de Dios y obrar como ese título nos exige.

3. Pero si estamos visceralmente vinculados a la misma tierra y llevamos la misma sangre, no es para dormirnos sobre los laureles. Ya Jesús había dejado a los cristianos una consigna que no falla y que es signo de identificación: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor unos para con otros” (Juan 13, 35).
Muchos de nosotros no nos conocíamos y quizás será esta la única oportunidad en que nos encontremos físicamente. Hemos respondido con prontitud y alegría a un puñado de parientes que planearon con amor y hasta en los mínimos detalles este evento maravilloso: a todos ellos aunque no los mencionemos, nuestra gratitud. Pero queda siempre el post-encuentro: qué se seguirá de aquí?
Todos los que estamos disfrutando de estos días únicos tenemos problemas: es la herencia inevitable de la condición humana; pero la fuerza de la tierra, y de la sangre tienen que reflejarse, traducirse, en actitudes sencillas, concretas, muchas veces ocultas, de un amor que se hace servicio. Que ningún descendiente de Ignacio Londoño deje al margen, con indiferencia o desprecio, a otro que padezca necesidad, física, económica, psicológica a espiritual.
Comprometerse a ésto cuesta; pero nada grande se hace sin morir un poco a nosotros mismos, como el grano de trigo que, para convertirse en nueva planta, tiene que dejarse enterrar y reventar.
Es la imagen de una lucha frontal contra el egoísmo que todos llevamos dentro.
Muchos descendientes de “Otro papá Ignacio" han sacado de esta tierra generosa el sustento para ellos y sus familias; pero no basta mirar hacia pasado sino los ojos en un futuro, a veces cargado de incertidumbre. Por lo tanto, ese lazo de tierra v sangre que se convierten en fuente de amor tiene que llevarnos a un serio compromiso:
ü Que ninguno de nosotros se vuelva contra otro de su misma sangre.
ü Que ninguno; de nosotros deje de compartir generosamente con los de su misma sangre que tienen hambre física o espiritual.
ü Que ninguno de nosotros se deje estrechar dentro del mero círculo familiar sino que haga todo lo posible por promover el bien común en una línea de solidaridad: Justicia Social, apertura de nuevos frentes de trabajo, participación en todas las iniciativas de desarrollo social, especialmente en favor de los más desvalidos social y económicamente.
Pero sabemos que somos débiles y tenemos la experiencia de infidelidad a nuestros compromisos diarios. Por eso necesitamos, en la línea de lo que nos enseña San Pablo en la segunda lectura de la misa de hoy (Romanos 8, 26_ 27), tomar conciencia de que “El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene”. Acudamos a la oración, expresión profunda de nuestra fe cristiana, para mantener el nexo de amistad y servicio entre nosotros.
Ofrezcamos nuestra oración por Ignacio, Virginia y sus hijos (Teresita, Elvia, Merce, Antonio Jota, Alberto y Alicia) para que reciban el premio de los buenos servidores. Y pidamos a la Virgen María, la madre bondadosa que supo mantener el calor de hogar en Nazaret, en Belén, en Egipto, en Jerusalén que bendiga nuestros hogares a fin que seamos fieles a lo que Dios quiere de nosotros y sean centros de irradiación para el bien común de la sociedad tan cambiada en la que nos toca vivir. AMEN

DIEGO RESTREPO LONDOÑO Julio 18 de 1993
(Imagen: Hacienda la Española)